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Llop, José Carlos

 


El pintor de Tebas

La primera vez que contemplé tu vida

fue en unas páginas arrancadas del Paris-Match.

Y desde entonces sus imágenes -ibis, patos,

juncos y lotos- forman parte de una idea de felicidad

imborrable, por más que el tiempo y sus argucias

sumerjan en la niebla tantas cosas que algún día

amamos. Digo tu vida y nadie sabe ahora

nada de ella. No sabemos quién eras,

ni cuál fue tu nombre. Sólo que naciste en una época

donde la vida de un hombre no valía siquiera

unas cuantas monedas. Y que pasaste tus días

bajo una tiranía manejada por profesionales

de la superchería. En eso no se distingue de otras:

el mundo cambia muy poco. Como la luna

o el viento, la lluvia, el dolor o el silencio.

No sé si te casaste, si tuviste hijos o fortuna.

Artesanos os llamaban. O sea que no creo

que pagaran mucho por tu trabajo. El arte

no se había inventado. Pero tú pintaste garzas

y peces, cocodrilos y naves remontando el río.

Pintaste gatos y halcones que eran dioses,

ánades, abubillas, racimos de frutas, ánforas,

palmeras, helechos, vasijas y nenúfares.

Pintaste mujeres desnudas bajo el lino transparente

tocando músicas que tampoco nadie conoce ahora.

Y otras que danzan vestidas sólo con pendientes

y un cinto de oro sobre sus caderas de ámbar.

Ellas fueron mi primera noción de erotismo,

como aquel paisaje la luz del paraíso en la tierra

y la certeza del arte, una forma de reconstruirlo.

Los siglos han pasado en vano. Los niega el don

que nos regalaste a los demás, para que amásemos

la vida como tú supiste amarla. En su esplendor

y también en su refinamiento. Aunque pudiera

venderse en el mercado por unas míseras monedas.

O acabar con ella por capricho, ni siquiera por dinero,

como ocurrió cuando el hombre le puso al arte precio.

Pero ese espíritu tuyo permanece más allá del comercio

y esta es su victoria. Lo he visto en los mosaicos

que los romanos abandonaron en el desierto, en los muros

de Pompeya, en los detalles del Carpaccio dálmata

y en Brueghel el Viejo. Lo he visto en el jilguero

que pintó Fabritius y en las frutas que moldeó Barceló

en Vietri, para el buque insignia de mi ciudad.

Y en la gratitud que habita en mis ojos

cada vez que la vida me lo recuerda

como una dádiva inesperada, no de la memoria

sino, repito, de la felicidad.


imatge poema
decoracio  
Tumba de Menena. Menena cazando patos
 
 
poema El pintor de Tebas, Llop, José Carlos
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