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González, Ángel

 


El campo de batalla

Hoy voy a describir el campo

de batalla

tal como yo lo vi, una vez decidida

la suerte de los hombres que lucharon

muchos hasta morir,

otros

hasta seguir viviendo todavía.

 

No hubo elección:

murió quien pudo,

quien no pudo morir continuó andando,

los árboles nevaban lentos frutos,

era verano, invierno, todo un año

o más quizá: era la vida

entera

aquel enorme dia de combate.

 

Por el Oeste el viento traía sangre,

por el Este la tierra era ceniza,

el norte entero estaba

bloqueado

por alambradas secas y por gritos,

y únicamente el Sur.

tan sólo

el Sur,

se ofrecía ancho y libre a nuestros ojos.

 

Pero el Sur no existía:

ni agua, ni luz, ni sombra, ni ceniza,

llenaban su oquedad, su hondo vacío:

el Sur era un enorme precipicio,

un abismo sin fin de donde,

lentos,

los poderosos buitres ascendían.

Nadie escuchó la voz del capitán

porque tampoco el capitán hablaba.

Nadie enterró a los muertos.

Nadie dijo:

“dale a mi novia esto si la encuentras

un dia”.

 

Tan sólo alguien remató a un caballo

que, con el vientre abierto,

agonizante,

llenaba con su espanto el aire en sombra:

el aire que la noche amenazaba.

 

Quietos, pegados a la dura

tierra, cogidos entre el pánico y la nada

los hombres esperaban el momento

último,

sin oponerse ya,

sin rebeldía.

 

Algunos se murieron,

como dije,

y los demás, tendidos, derribados,

pegados a la tierra en paz al fin

esperan

ya no sé qué

-quizá que alguien les diga:

amigos, podeis iros, el combate…”

 

Entre tanto,

es verano otra vez,

y crece el trigo

en el que fue ancho campo de batalla.

 
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