De entre todas las bellas figuras
que los frescos de Knossos nos deparan,
elijo tu actitud soberana,
tu natural despliegue de nobleza,
hermoso príncipe de los lirios.
Esbelto y fino, en la flor de tus años,
diriges tus gráciles pasos, tal vez,
a la sala central del trono,
a que la nobleza allí reunida
mire, admire y rinda tributo
a tu porte de joven semidiós
coronado de plumas y de lirios.
De tu elegante ademán principesco
dimana el sol, sus rayos dorados,
y pareciera que guías su carro
ascendiendo triunfal por la aurora,
derramándote en resplandores.
De seguro que habrás existido,
y eras uno más de los donceles
cuya figura privilegiada
extasiaba la vista de las doncellas
en la Creta del rey sempiterno.
Dime cuáles eran tus dioses,
a qué divinidad sacrificabas,
y de qué ambrosia te alimentaron
para crecer semejante a Apolo
y eternizarte en la flor de tus años.
Al sitio de tu palacio fui,
y recorrí su intrincado sistema
buscándote, oh joven amigo,
y cuando de pronto ante mí apareció
tu esbelta figura principesca,
supe que no eras, que mentía el pintor,
y que irrepetible, cual Faetonte,
se yergue en Heraclión tu forma insigne.
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