El juego de hacer versos -que no es un juego- es algo parecido en principio al placer solitario.
Con la primera muda, en los años nostálgicos de nuestra adolescencia, a escribir empezamos.
Y son nuestros poemas del todo imaginarios -demasiado inexpertos ni siquiera plagiamos-
porque la poesía es un ángel abstracto y, como todos ellos, predispuesto a halagarnos.
El arte es otra cosa distinta. El resultado de mucha vocación y un poco de trabajo.
Aprender a pensar en renglones contados -y no en los sentimientos con que nos exaltábamos-,
tratar con el idioma como si fuera mágico es un buen ejercicio, que llega a emborracharnos.
Luego está el instrumento en su punto afinado la mejor poesía es el Verbo hecho tango.
Y los poemas son un modo que adoptamos para que nos entiendan y que nos entendamos.
Lo que importa explicar es la vida, los rasgos de su filantropía, las noches de sus sábados.
La manera que tiene sobre todo en verano de ser un paraíso. Aunque, de cuando en cuando,
si alguna de esas noches que las carga el diablo uno piensa en la historia de estos últimos años,
si piensa en esta vida que nos hace pedazos de madera podrida, perdida en un naufragio,
La conciencia le pesa -por estar intentando persuadirse en secreto de que aún es honrado.
El juego de hacer versos, que no es un juego, es algo que acaba pareciéndose al vicio solitario.
|