¿Oh, tú, casa deshabitada
en el solemne verano de nuestro silencio!
¿No adviertes que el solaz ha quebrado tus alas,
y tus verbenas orlan inútilmente
las cintas verdes que nadie recorre?
Tu follaje ha crecido a su tiempo,
y la ligereza de las doradas mariposas,
el zureo de los palomos
y la ardiente cigarra del olivo,
dan el espacio frágil
donde la vida como otros años transcurre.
Ya penderán los racimos de tus traviesas
acumulando en sus granos un leve iris de polvo.
Ya tiempo habrá que tus vibrantes chopos
la voz del agua entretienen en sus hojuelas,
sobre la amarillenta calina,
y la soledad estará sentada en tu balcón agreste
viendo a las cabras de cuello gentil
ramonear las hierbas inmortales
en los débiles cerros.
Porque no habremos llegado como siempre
a tu venturoso solsticio,
ni los perros del huerto
nos recibirán saltando bajo los perfumados nogales
¡Ay casa de las viñas colgantes desde los bancalillos,
rumorosas fuentes,
casa guardada en estuche de yedras!
Cuando el trepidante camión resonó en tus cercos,
y viste bajar a los desaliñados jóvenes
que entre los rayos del sol estival,
parecían los exterminadores de tu siesta fantástica
surgidos al conjuro de un huracán interno.
El tiempo que fluía superfluamente
como en el desarrollo de una flor,
¿Ha podido barrenarse sin estrépito
y una sima intransitable separarnos desde hace breves horas?
Oh desgarradura que ni se oye ni se ve
¿Sobre qué cataclismos
y en que frágiles andas navegaba la vida,
si las ineptas carabinas de esos muchachos
han disipado como el humo un palpitante juego?
No más, imposible morada de la sierra,
que si en los días venideros repentina me asaltas
y mi sombra sobre los frescos hongos
vaga en su sien perdida una umbela silvestre,
y en los oídos petrificados de las ninfas
deja un susurro de cuerpo de árbol,
un fugaz estremeciemiento de intruso,
el mundo no detendrá por ello su destino inaplazable
cuando los pies del hombre se han llenado de tierra nueva
y trasladan su corazón sin nostalgia
allí dónde tú, casa deshabitada,
no eres nadie.
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