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Gil Albert, Juan

 


Elegía a una casa de campo

¿Oh, tú, casa deshabitada

en el solemne verano de nuestro silencio!

¿No adviertes que el solaz ha quebrado tus alas,

y tus verbenas orlan inútilmente

las cintas verdes que nadie recorre?

Tu follaje ha crecido a su tiempo,

y la ligereza de las doradas mariposas,

el zureo de los palomos

y la ardiente cigarra del olivo,

dan el espacio frágil

donde la vida como otros años transcurre.

Ya penderán los racimos de tus traviesas

acumulando en sus granos un leve iris de polvo.

Ya tiempo habrá que tus vibrantes chopos

la voz del agua entretienen en sus hojuelas,

sobre la amarillenta calina,

y la soledad estará sentada en tu balcón agreste

viendo a las cabras de cuello gentil

ramonear las hierbas inmortales

en los débiles cerros.

Porque no habremos llegado como siempre

a tu venturoso solsticio,

ni los perros del huerto

nos recibirán saltando bajo los perfumados nogales

¡Ay casa de las viñas colgantes desde los bancalillos,

rumorosas fuentes,

casa guardada en estuche de yedras!

Cuando el trepidante camión resonó en tus cercos,

y viste  bajar a los desaliñados jóvenes

que entre los rayos del sol estival,

parecían los exterminadores de tu siesta fantástica

surgidos al conjuro de un  huracán interno.

El tiempo que fluía superfluamente

como en el desarrollo de una flor,

¿Ha podido barrenarse sin estrépito

y una sima intransitable separarnos desde hace breves horas?

Oh desgarradura que ni se oye ni se ve

¿Sobre qué cataclismos

y en que frágiles andas navegaba la vida,

si las ineptas carabinas de esos muchachos

han disipado como el humo un palpitante juego?

No más, imposible morada de la sierra,

que si en los días venideros repentina me asaltas

y mi sombra sobre los frescos hongos

vaga en su sien perdida una umbela silvestre,

y en los oídos petrificados de las ninfas

deja un susurro de cuerpo de árbol,

un fugaz estremeciemiento de intruso,

el mundo no detendrá por ello su destino inaplazable

cuando los pies del hombre se han llenado de tierra nueva

y trasladan su corazón sin nostalgia

allí dónde tú, casa deshabitada,

no eres nadie.

 
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