Se oye el teléfono, pero no hay nadie en casa. Ya no vive
en la ciudad. Oyen el timbre los retratos, las mesas, el sofá, un poco hundido por su lado, los visillos, las tazas de café, limpias, colgadas con sus platos; unos lápices, tal vez alfombras, y el cepillo de dientes. No huellas, no desorden, pocos libros El teléfono termina de sonar: un ruido mecánico me dice que no insista. El telón ha caído. Esta escena vacía tuvo un héroe que la llenó, pero ahora es polvo dividido (cruzan el escenario otras figuras, otros pasos resuenan, colocan los cojines del sofá, a un lado dejan los lápices, llaman a otros teléfonos), es polvo dividido en dos montones: ¿acierta con su mano a su cabeza?, ¿cómo sus ojos se encuentran con sus pies? ¿qué palabras se rompen en cristales? ¿Y el frío? No hace
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