De pronto la intimidad, la intensidad de la vida _de esa extraña ficción que llamamos vida_, se sentía allí, memoria y piel, frente aquella casa. Caía lentamente la nieve mientras me acercaba, adivinando, no sé por qué, tras aquellas paredes que jamás había visto, mi verdadera historia. Llamé a la puerta y un hombre me abrió hablando un idioma desconocido, luego, tartamudeantes, iniciamos una conversación en francés. Atardecía, blancas sombras de nieve, el tic tac del reloj, crujidos de madera, el viento en los cristales. Con cierta timidez le pregunté su nombre, esbozó una sonrisa cansada y moviendo una mano en el aire, entre toses y ahogos, murmuró, Antón Paulovich Chejov.
|